En esta etapa empieza a desarrollarse la identidad de género. La identidad de género es la convicción personal y privada que tenemos cada uno de pertenecer a uno u otro sexo. La adquisición de la identidad de género es un proceso paulatino, entre los 15 meses y los tres años el niño comienza a discriminar entre hombres y mujeres como categorías distintas e inicia el desarrollo de una identidad de género del otro y de sí mismo. Entre los tres y los cinco años donde aún el niño no ha adquirido la capacidad de conservación intelectual la identidad se va consolidando pero no se percibe como algo inmutable “la niña sabe que es niña pero si se le pregunta si puede llegar a ser niño va a responder que sí”; es a partir de los cinco años donde existe conservación de la identidad: “el niño sabe que es niño y va a seguir siendo niño”. En ocasiones existen conflictos ya que el niño puede sentirse perteneciente al sexo opuesto o no tener una conducta conforme con el género.
La curiosidad sobre el embarazo y el nacimiento está más presente. La alta tipificación de las conductas sexuadas favorece en esta etapa la segregación por sexos. Los roles de género están muy marcados. Los varones se relacionan preferentemente con varones, y los sentimientos de amistad como la competición marcan estas relaciones.
Otros de los aspectos cruciales de esta etapa son los cambios hormonales. Como consecuencia de la biología se producen cambios en la imagen corporal, se empiezan a desarrollar las caracteres sexuales secundarias, se agudiza el sentimiento de pudor y unos deseos de tener una vida privada. Los cambios corporales muchas veces no se producen de forma sincrónica con lo que da lugar a disarmonías que socavan la frágil imagen corporal y favorece la aparición de complejos que se pueden agudizar en la siguiente etapa.